La razón de pregrinar. (Texto de Juan José Rodríguez)

Roma en el siglo IV divide a la cristiandad en dos grandes mitades, Oriente y Occidente. Asia frente a Europa. Dos mundos antagónicos como lo atestigua la división del Imperio Romano por Teodosio. Ambos cristianos pero con diferente tendencia. El primero rico y cosmopolita, comercial y artesano. El segundo rural y aldeano, agrícola y autárquico. Oriente seguirá siendo el faro del mundo, la envidia y deseo de las otras culturas mientras que Occidente queda encerrada en sí misma, dominada por las oleadas de los pueblos de la estepa que acaban asentándose en su “limes”.
    Año 1054, el cisma de Oriente supone la división total de la iglesias. Católicos y ortodoxos rompen el único nexo que quedaba a ambos mundos. Occidente quedará supeditada y atraída por el fasto oriental, y muy especialmente los francos quienes tendrán una gran predilección por todo lo bizantino. Su máximo deseo será acercarse a la gran cultura. Dos son los medios que tendrán a su alcance: las Cruzadas y las Peregrinaciones. El siglo XI supondrá, pues, el despertar de occidente, el empezar a caminar, a liberarse de las ataduras medievales restaurando las viejas calzadas del imperio y establecer relaciones con Oriente.
    Tres son los grandes destinos de las peregrinaciones: Roma, Jerusalén y Santiago. El viajar a estos lugares santos supondrá tomar contacto con la cultura, el comercio y el progreso de los Orientales. Bien directamente por las cruzadas, bien indirectamente por los árabes hispanos que dominan el comercio por el mediterráneo y ponen en las costas peninsulares los productos orientales. El Camino de Santiago no es sino el vehículo que permite estos intercambios, de ahí el auge que supone para las poblaciones del Camino y el apoyo que recibe de todos los reinos cristianos: navarros, castellanos, leoneses y por supuesto de los francos. 

 Santa María de Eunate